Epidemias y pandemias

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Epidemias y pandemias

En los pueblos primitivos la enfermedad era tenida como algo que venía de los fallecidos, razón por la cual los remedios empleados eran oraciones y exorcismos con mención a los muertos y ceremonias con las que creían agradar a los fallecidos causantes del mal y lograr de ellos la curación.

No sería hasta el año trescientos y pico antes de Cristo cuando Hipócrates, el padre de la medicina, ordenó las diferentes enfermedades clasificando según diferentes premisas, tales como las estaciones del año, la edad, la climatología, los hábitos personales o la constitución física de los pacientes.

A partir de Hipócrates los médicos fueron prestando más atención a la sintomatología, el contagio entre personas y el modo de evitarlo, el aislamiento de los enfermos, su confinamiento y la destrucción por el fuego de todas las pertenencias de los muertos por el mal. No sería hasta el siglo XIX cuando los avances de la Medicina encontrarían los focos de infección, sus remedios y en muchos casos la curación. También en algunos ellos se ha llegado hasta la erradicación de esas epidemias, teniendo como ejemplos la viruela, el tifus, la difteria, la sarna o la tuberculosis. Este médico creó el término "epidemion" como la forma de definir genéricamente el conjunto de enfermedades que padecía una comunidad, derivando de este apelativo el término epidemia como hoy se la conoce.

En los tiempos de la Grecia clásica se tenía al convencimiento de que los dioses podían influir en el estado de los enfermos, si bien hubo voces críticas entre las que destacó Galeno, que en el siglo II a.C. negó categóricamente la injerencia de cualquier ser de naturaleza divina las cuestiones sanitarias. Estas creencias quedaron relegadas hasta que en la Europa del siglo XIV volvieron a resurgir con motivo de la peste negra. Nada nuevo, pues en todas las civilizaciones han achacado a los dioses los males del mundo y a los sacerdotes su posible curación, no obstante estas teorías solamente fueron utilizadas en Europa por las iglesias de origen cristiano.

En los siglos XVI y XVII se utilizó este argumento impidiendo que los médicos estudiaran, ya desde el XIV los médicos árabes y judíos ejercían una medicina basada únicamente en la sintomatología, algo en la fisiología y sobre todo utilizando los remedios que anteriormente habían dado resultado, si bien nunca se pudieron contener las epidemias.

En 1546, el médico italiano Girolamo Fracastoro publicó "De contagione, contagiosos morbis et corum curatione" sobre el contagio, enfermedades contagiosas y su tratamiento, que supuso una revolución en la ciencia médica. Si bien es verdad que la idea de contagio era conocida desde la antigüedad, no se relacionaba directamente con la enfermedad sino con las manifestaciones físicas como el frío, el calor, la posición de los astros o el castigo divino, Fracastoro escribió que la infección era un contagio que se podía pasar directamente de un individuo a otro, sin que intervinieran otras variables, manifestándose igual en el sujeto portador como en el receptor.

En opinión del médico italiano las enfermedades epidemiales tenían su origen en la acción de semilleros de materia infecciosa, a los que llamó simientes. En la actualidad se conoce genéricamente con el nombre de gérmenes, focos de podredumbre que eran propios de cada materia y que se hallaban en suspensión en el aire corrompido. Decía que la infección podía producirse a través del aire al inhalarlo por los pulmones o de la permeabilidad de los poros de la piel. Estableció otra vía de contagio entre los que ya habían contraído la enfermedad, pues los sanos corrían el riesgo de infectarse al entrar en contacto con ellos al tocarlos, respirar su aire o al tocar sus efectos personales.

La aparición del microscopio en el siglo XVII permitió por primera vez ahondar en los principios biológicos de las enfermedades epidémicas. En 1658, Atanasio Kircher aseguró haber descubierto un pequeño organismo vivo extremadamente diminuto al que culpó de desatar una epidemia. Como en tantos casos a lo largo de la historia de la ciencia, gran parte de los médicos criticaron agriamente su criterio. Con el paso del tiempo el racionalismo científico fue desplazando a la religión del mundo académico y nuevas voces surgieron aportando nuevas hipótesis sobre las causas y naturaleza de las enfermedades.

Desde los albores de la humanidad las epidemias se han sucedido, unas han desaparecido cuando lo hacían los agentes que las provocaban y otras han tenido mejoría o curación a través de los fármacos, llegando en muchos casos a la erradicación como tenemos los cercanos casos de la viruela, el tifus, la difteria o la tuberculosis.

Pero en un mundo cambiante y lleno de agentes externos que modifican o alteran el medio ambiente no es raro que aparezcan nuevas enfermedades ligadas a las recientes formas de vida o a las alteraciones de la propia naturaleza, así como la propia evolución de algunos virus mutantes.

En estos momentos asistimos atónitos a una pandemia, una enfermedad vírica nueva que ha encontrado a los estados y a la medicina en general en mangas de escapulario. A pesar de los avances de la medicina y la farmacopea ha aparecido un nuevo y extraño virus de la familia de la gripe común, cuyos efectos han sido demoledores y, lo que es peor, lo siguen siendo sin que hasta el momento se haya encontrado modo de detenerlo ni remedio alguno.

Esto nos pone ante una extraña situación, en un tiempo en que se han erradicado todas las epidemias que han azotado a la humanidad, cuando la medicina ha alcanzado unas elevadísimas cotas de eficacia, cuando la farmacopea mundial presume de tener remedio para casi todo, el mundo se encuentra ante el ataque de un enemigo mortal contra el que se encuentra inerme.

Ante esta situación los estados dictan medidas con las que intentar aminorar la maldad del virus, pero en un pandemónium en el que las instrucciones cambian con frecuencia, donde una medida que nos dicen eficacísima es anulada a los pocos días por ineficaz. A pesar de los esfuerzos de todos el mal sigue avanzando, se cebó primero en los mayores y ahora va a por los jóvenes, pero se continúa desarrollando y lo que es peor en esta clase de bichos, mutando de tal modo que cuando salga un remedio para una de las cepas del virus tal vez habrá cambiado a otra peor.

En otros tiempos y ante graves epidemias se crearon los lazaretos en los que confinaban a los enfermos o sospechosos de estarlo, pero hoy día esta solución es impensable, por lo que se han hecho confinamientos parciales de difícil control.

Con la situación que tenemos no soy yo la persona idónea para aportar soluciones, solamente puedo hacer y recomendar a todos que acatemos las decisiones de las autoridades sanitarias, que procuremos evitar en lo posible la expansión del virus. Además de esto, que Dios nos proteja.

Jose Valenzuela Cánovas

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